Lo que encontraréis a continuación es mi aportación a un libro solidario que pretende recaudar fondos para que unos cuantos niños tengan regalos por Navidad. Forma parte del libro "Relatos diferentes". Un libro formado por 73 relatos, cuentos y poesías de autores solidarios.

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Unas navidades inolvidables

-Entonces, ¿no vas a venir?

-Carmen, me encuentro fatal, preferiría quedarme en casa -contestó con un hilo de voz.

-Podrías darte una ducha caliente y tomarte un paracetamol. Lo que se llama hacer un esfuerzo, como el que hago yo cada año cuando nos invitan a cenar tus padres.

-Joder... Cariño, no tengo ganas de discutir, de verdad. Me he tomado un sobre y un paracetamol hace menos de una hora y la fiebre no me baja. Además, me duele mucho la garganta, me cuesta hasta tragar saliva.

Carmen lo miró con desgana y el morro torcido. Pasaba cada año por aquellas fechas, siempre faltaba a alguna celebración de su familia porque se encontraba mal. Un año era un virus estomacal, otro la gripe, otro una migraña, pero esta vez parecía real, estaba completamente afónico y tenía mala cara.

-Vale. ¡Está bien! Pero prométeme que si te encuentras mejor te acercarás. Hazlo por las peques.

-Eso sobra, no hay nada que prometer, sabes que iré si estoy mejor.

-Bueno, pues termino de preparar a las niñas y nos vamos.

Se volvió a tumbar en el sofá y pulsó el play en el mando a distancia cuando su esposa salió del salón. Le encantaba aquella escena, le ponía los pelos de punta. Retrocedió unos segundos para disfrutarla entera.

«Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán... ¡La libertad!», gritaba un maduro Mel Gibson caracterizado de William Wallace arengando a sus tropas antes de la batalla.

Medio adormilado y abrigado con una gruesa manta, detuvo la película minutos más tarde cuando su esposa entró en el salón acompañada de sus dos hijas para despedirse.

-María, ¡no arrastres el abrigo! Va, niñas, dadle un par de besos a papá, que está pocho. A ver si lo curáis y se pone bueno.

Las dos niñas abrazaron a su padre y le plantaron sendos besos en cada una de sus mejillas.

-Mejórate, papi -dijo Alba, la mayor.

María, la pequeña se lo quedó mirando, le acarició el moflete y después posó su pequeña mano en la frente.

-Estás muy caliente.

Sonrió y le dio un beso mientras acariciaba su pelo castaño ondulado.

- Estáis muy, pero que muy guapas. Las tres. Que lo paséis muy bien, saludad a toda la familia de mi parte. Si se me pasa, te aviso por WhatsApp, ¿vale?

Ella asintió, con cara de decepción. Sabía que no le gustaban las celebraciones en familia y que no soportaba a sus cuñados, pero esta vez no parecía una excusa. Se acercó y le dio un tibio beso en los labios.

-Ves diciendo algo de tanto en tanto, para que sepamos que estás vivo. Y tómate un vaso de leche con miel, te sentará bien.

Las siguió con la mirada hasta que escuchó cerrarse la puerta de la calle, momento en el que reanudó el visionado de la película y subió el volumen, consciente de que no molestaba a nadie.

-Entrad rápido y poneos los cinturones de seguridad -dijo Carmen mientras arrancaba el coche.

Guardó en el maletero una bolsa grande de basura y cogió una rasqueta de plástico. Una fina pero resistente capa de hielo cubría el parabrisas de su todoterreno. Dos minutos después, entraba en el coche frotándose las manos.

-Joder, ¡qué frío hace!

-Mamá, has dicho una palabrota, recuerda echar un euro en el bote -observó Alba.

Sonrió mirándola por el retrovisor interior e inició la marcha. El trayecto era corto, su hermana vivía a escasos cinco minutos en coche, en la misma urbanización.

-Mamá, tengo hambre -dijo María.

-Cuando lleguemos a casa de la tita picas algo. Hoy cenaremos un poco más tarde de lo habitual, que viene Papá Noel.

-Menudo rollo... -refunfuñó Alba.

Encendió la radio. Arqueó las cejas al reconocer la canción. Subió el volumen y se puso a canturrear, intentando imitar la voz de Mariah Carey.

-Va, niñas, ¡que viene el estribillo! ¡Esta nos la sabemos!

Las tres cantaron la parte final de la canción. Estaban llegando a su destino. Aparcó sobre la acera. Bajaban del coche cuando escucharon una voz masculina. Era Pau, el marido de su hermana mayor.

-¿Dónde están mis sobrinas más guapas?

-¡Aquí! -respondieron María y Alba al unísono.

-¿Te ayudo con eso? -preguntó Pau.

Ella negó con la cabeza y le hizo un gesto. Él lo entendió a la primera, cogió a las niñas de la mano y se encaminó al interior de la vivienda.

Cargada con la bolsa de basura, cerró el coche, la puerta de entrada y bajó por la rampa que conducía al parking. Allí estaba Esther, su hermana pequeña, fumando.

-Habíamos quedado a las ocho y media -dijo antes de darle dos besos.

-Estaba intentando convencer a Raúl. Creo que ha pillado la gripe, no creo que venga.

Entró en el parking y dejó los paquetes que llevaba en la bolsa dentro de una gran saca de tela roja.

-No me mires así, es verdad, tiene fiebre.

-Vale, vale. Ya sabemos que es un poco antisocial.

-Joder, Esther, que está malo. No es una excusa.

Subieron a la planta principal y fueron al amplio salón comedor. Allí estaba Clara hablando con Pau, su esposo. Eran los dueños de la casa. En un extremo de la mesa, Toni, el esposo de Esther, entretenía a tres niños, sus hijos, Iván y Nico, y a Daniel, el hijo de Clara y Pau. Sus hijas acariciaban la mascota de la casa, Puma, un precioso gato persa.

Saludó uno a uno a los presentes, dando explicaciones sobre su esposo, tratando de disculparlo.

-No pasa nada, la salud es lo primero, es normal que no tenga ganas de jaleo -dijo Toni, acercándole una copa de cava.

Recordó que María tenía hambre, así que se dirigió a la cocina y cogió un par de palitos de pan. Consultó WhatsApp. Ni un mensaje de Raúl.

«Se habrá quedado frito viendo la tele, como si lo viera», pensó.

Dejó el móvil sobre la encimera de la cocina, acabó el cava de un trago y volvió al salón. Los niños estaban sentados en el sofá, mirando embobados al mayor de los primos, Daniel, que estaba haciendo trucos de magia. Se acercó y le dio los palitos a María.

Volvió a la cocina por la copa y se sentó con el resto de los adultos, que charlaban sobre la crisis económica que comenzaba a asomar las orejas.

-Hostia, no empecéis con estos rollos, son deprimentes. ¿Y si ponemos música y cantamos un rato? -propuso al cabo de unos minutos.

-No es mala idea, aprovechemos que no está Raúl para cantar canciones de Maná -respondió Pau.

Carmen no pudo reprimir una sonrisa. Su marido odiaba aquel grupo mejicano, el favorito de sus dos hermanas.

«Son una copia burda de Police», soltaba Raúl cuando tenía oportunidad.

-Hay videos en YouTube con las canciones ya preparadas. Ahora busco algunas -explicó Toni.

Entre risas, elaboraron una lista con canciones y apuntaron en una libreta quien las cantaría. Casi una hora más tarde, Clara propuso preparar la mesa.

-Pon música, pero no muy alta, que te conozco -le dijo Clara a Pau-. Cuando acabemos de cenar nos ponemos a cantar hasta la hora de los regalos.

Bajó el volumen de su voz al pronunciar las últimas palabras, casi en un susurro, para que los niños no la pudieran escuchar.

Dicho y hecho, pusieron la mesa, sirvieron la cena, y tras una larga sobremesa con ronda de cafés y copas de licor, prepararon el karaoke. Cuando Toni estaba tratando de conectar su móvil a la Smart TV, los niños comenzaron a gritar y se agolparon junto al ventanal que daba al jardín.

-¡Está nevando! -chillaban los niños, excitados.

Todos se asomaron para ver como gruesos copos blancos comenzaban a cubrir el suelo. Callaron, como si la escena requiriera la contemplación en silencio.

-¿Podemos salir? -preguntó Alba a su madre.

Ella miró a Clara y Pau. Era consciente de que Pau, un maniático de la limpieza y el orden, no iba a permitir que el caro suelo de parket de su casa se llenase de pisadas húmedas. Daniel, hijo único de los anfitriones, hizo la misma pregunta a sus padres.

-Tiene pinta de no parar, cuando se haya acumulado más nieve salimos y hacemos un muñeco. Id preparando la nariz, los ojos y algo de ropa. Coge una de mis gorras, que en casa no hay sombreros -propuso Pau, ante todo pronóstico.

Carmen lo escuchó extrañada y buscó la mirada de Esther, quien le devolvió un claro gesto de sorpresa arqueando sus cejas, divertida. Con los niños entretenidos preparando lo necesario para adornar el muñeco de nieve, los adultos se pusieron a cantar.

El repertorio fue variado, desde Mecano y su Hijo de la luna, pasando por Maná y su Muelle de San Blas, el Waka-waka de Shakira, varios villancicos, incluido el Tamborilero de Raphael, perpetuos temas veraniegos de Rafaella Carra o Georgie Dann, The final countdown de Europe y la que no podía faltar, Mariah Carey.

Estaban disfrutando, achispados por las copas de cava, cuando los niños comenzaron a impacientarse y reclamaron su atención. La copiosa nevada estaba tejiendo un grueso manto blanco. Seguía cayendo, pero a menor ritmo.

-Venga, abrigaros bien, que vamos a salir. ¿Tenéis todo listo para hacer el muñeco? -preguntó Clara.

Media hora después, fruto de un organizado trabajo en equipo, un pequeño muñeco de nieve adornaba el camino de entrada a la casa. Hacía frío, mucho. Pequeñas nubes de vaho salían de sus bocas y sus dedos comenzaban a parecer témpanos de hielo.

Carmen fue la encargada del reportaje audiovisual que compartiría más tarde con su familia, decenas de fotos y varios videos. Guardó el móvil en el bolsillo trasero cuando colocaron la gorra sobre la cabeza del muñeco y se frotó las manos mientras observaba divertida cómo los niños bailaban alrededor de su creación. Clara tomó el relevo y grababa un video con su móvil buscando la perspectiva que le permitía captar los copos de nieve que seguían cayendo.

-Bueno, ¿qué os parece si entramos ya? Me estoy quedando congelado... -comentó Pau mientras intentaba calentar sus manos.

La respuesta fue unánime. Siguiendo las indicaciones de Clara, se quitaron los zapatos y los dejaron en el recibidor, sobre unos plásticos que había colocado para evitar que se mojara el suelo. Buscaron pijamas secos para los niños.

-¿Dónde dejamos los abrigos? -preguntó Carmen.

-Pau va a encender la chimenea, los pondremos en los respaldos de las sillas, delante del fuego, para que se sequen -explicó Clara.

Pau, Esther y Toni cargaron cestos con leña. Carmen puso música de fondo e invitó a los niños a bailar para entrar en calor.

-Menuda cagada, mira que dejar la puerta abierta. Se ha ido todo el calor... -se lamentaba Toni.

-No pasa nada, los niños están pasando una noche inolvidable, lo del muñeco ha sido un puntazo -dijo Esther, dejando el cesto de leña junto a la chimenea.

-En un rato tendremos el salón caldeado. Arreglar la chimenea ha sido lo mejor que hemos hecho en la casa -dijo Pau-. ¡Va siendo hora de estrenarla!

-Ha quedado de película, es una pasada -explicó Clara-. No ha sido barato, pero creo que ha valido la pena. Con la puerta que han instalado no salen ni humo ni olores, antes no la usábamos porque era un coñazo.

Mientras los niños bailaban imitando a Carmen, Pau se ocupó de encender el fuego. Cogió unas tiras finas de leña de pino y las colocó en el centro. Después colocó varios trozos de leña de encina y los apiló verticalmente, apoyados en la pared trasera de la amplia chimenea. A continuación, puso una pastilla de encendido bajo las tiras de pino y la prendió con el mechero. Cerró la puerta y se apartó un paso, admirando su obra de arte.

El fuego se extendió lentamente, Pau llamó a los niños para que se colocaran delante y entraran en calor. Cantaron un villancico mientras extendían sus manos frente al cristal.

Pasados unos segundos, las llamas comenzaron a decaer y poco a poco, se apagaron. Pau se acercó para mover una pieza situada en la parte inferior de la chimenea.

-¿Qué es eso? -preguntó Toni, entre los murmullos de decepción de los niños.

-El tiro. Si lo abres entra más aire y prende antes. Verás como se aviva el fuego -dijo Pau mientras movía la pieza a la mitad del recorrido.

No pasó nada. Las pocas llamas que seguían encendidas se consumieron.

-No, pregunto por los ruidos, ¿no lo escuchas? Son como golpes -insistió Toni.

-Serán los pájaros, igual han vuelto a hacer nidos dentro. Ahora verás... -dijo Pau.

Y salió escopeteado del salón. Volvió al cabo de un minuto con una botella en la mano.

-Con esto seguro que enciende y quema los nidos de esos pajarracos -dijo mientras rociaba la leña con el líquido-. Apartaros un poco.

Colocó otra pastilla de encendido alejada de la leña y le prendió fuego, cerrando rápidamente la puerta. En cuestión de segundos, una enorme llamarada, casi una explosión, llenó el hueco de la chimenea. Pau cerró el tiro y se alejó un par de pasos. El estruendo hizo que todos callaran.

-¿Lo escucháis? -preguntó Toni.

-Sí, es como si un animal estuviera graznando, o estuviera gimiendo -dijo Carmen.

-Serán los pájaros que dice Pau. Sacaron varios nidos cuando hicieron la obra -comentó Clara.

-Nos explicó el albañil que suele pasar en chimeneas que tienen el conducto de humos muy ancho y esta lo tiene enorme, parece el túnel del metro... Ostras, ¡se está apagando otra vez! -exclamó Pau.

-Déjalo ya, no pasa nada. Va siendo hora de hacer "eso", ¿no creéis? -observó Esther casi en un susurro.

Miraron hacia los niños, que, cansados, se habían apartado, sentándose en el sofá y tapándose con unas mantas.

-Pues sí, conozco la cara que tienen mis hijas, como tardemos, se duermen en el sofá. Alba aguantará cinco minutos, máximo diez -dijo Carmen-. ¿A quién le toca este año?

-A Pau, si no me equivoco -respondió Esther.

Pau estaba distraído, ajeno a la conversación, a un metro escaso de la chimenea, con un gesto mezcla de desengaño y preocupación, mirando su preciada chimenea.

-¿Pau? -dijo Clara llamando su atención.

-Dime... - respondió segundos después.

-Te toca ir a tirar la basura -indicó Clara, guiñándole el ojo.

-Dame un minuto, voy a intentar reavivar esto.

Impregnó un tronco con el combustible, abrió la puerta y lo tiró al interior. Cerró dando un portazo y abrió el tiro por completo. La llama se contagió a los otros troncos y el cristal se comenzó a tiznar, debido a la negra humareda.

-Si con esto no se enciende, el lunes llamo al que me lo ha instalado y que lo revise -advirtió Pau.

-Esto pasa por no probar las cosas antes de pagar -apostilló Clara.

-Bueno, tranquilos, tengamos la fiesta en paz, no os hagáis mala sangre -dijo Toni intentando quitar hierro al asunto.

Clara y Pau salieron del salón. Esther rellenó las copas de cava de Carmen y Toni.

-¡Felices fiestas! -brindó Esther.

Chocaron sus copas y dieron un largo sorbo, para después seguir comentando los extraños sonidos que provenían del interior de la chimenea.

-Pobres animales, y esto se vuelve a apagar -dijo Esther.

Clara volvió al salón casi corriendo.

-Venid un momento...

Los tres dejaron sus copas sobre la mesa y la siguieron hasta el pasillo.

-No encontramos ni la saca ni el disfraz, ¿lo habéis escondido o cambiado de sitio? -preguntó Clara.

Negaron con la cabeza, extrañados por la pregunta. Carmen explicó que la saca estaba en el parking cuando ella llegó.

-¿Y los niños? -inquirió Clara.

-Los niños no han bajado al parking. No será una de las bromas de Pau, ¿no? -dijo Toni.

-No, no es una broma -respondió Pau, que acababa de unirse a ellos-. He buscado por toda la casa.

Un grito los alertó. Corrieron hacia el salón.

-¿Qué pasa? -preguntó Clara.

- Creo que Papá Noel está ahí dentro... -contestó María.

-¿Cómo? -dijo Pau, acercándose a la chimenea.

Frunció el ceño y se arrodilló, intentando ver en el interior, donde las llamas se habían extinguido casi por completo y habitaba una espesa humareda negra.

-¿Me acercáis un móvil? Hay algo encima de los troncos, no consigo ver que es -dijo Pau.

Carmen sacó el suyo del bolsillo, lo desbloqueó. Se disponía a encender la linterna cuando vio un mensaje de Raúl. Era una fotografía acompañada por un mensaje.

«¡Ho, ho, ho! Van a ser unas navidades inolvidables».


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